HISPANIA
Votume XII MAY 1929 Numser 3
ANTONIO MACHADO Y SUS SOLEDADES
Antonio Machado es, como Gustavo Adolfo Bécquer, un sevillano trasplantado a Castilla. Su padre, Antonio Machado y Alvarez, gallego de origen, fue un espiritu culto, ingenioso en burlas contra la religion, aficionadisimo al estudio ameno de la poesia y la sabi- duria del pueblo expresadas en coplas, canciones, refranes y adivinan- zas. De su familia fue también D. Augustin Duran, el compilador insigne del Romancero incluido en la coleccién Rivadeneyra.
Nacié Antonio Machado en Sevilla en julio de 1875, un afio des- pués que su hermano Manuel. A los nueve afios, en 1884, fue Ile- vado a Madrid. La influencia de Andalucia, vivisima sobre su her- mano, fue débil sobre él.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla Y un huerto claro donde madura el limonero,
dice él mismo en su “Retrato,” del libro Campos de Castilla; y en la composicién cxxv de sus Poesias completas de 1917, habla mas pro- lijamente de los recuerdos de su infancia.
En Madrid cursé los estudios del bachillerato en la Instituci6én Libre de Ensefianza, bajo la direccién del buen pedagogo D. Fran- cisco Giner de los Rios. Sobre la pesadez y el aburrimiento fatales de sus afios de escuela (“Recuerdo infantil,” “Las moscas,” de Sole- dades, galerias y otros poemas) se levanta la simpatica figura del maestro que supo ganar con su bondad y su inteligencia el carifio respetuoso del discipulo. A su muerte, en 1915, dijo de él Antonio Machado, en versos de “Elogios” (Poesias completas) que habia sido luz y alma en la vida sana y alegre del trabajo feliz.
En la composicién “Retrato,” ya citada, escribe suscintamente Antonio Marchado que fueron, su juventud, “veinte afios en tierra de Castilla,” y su historia, “algunos casos que no quiere recordar.” Estos “casos” de su edad inquieta, que él calla asi, con discrecién jui- ciosa y trasparente, ;qué pueden ser para nuestra natural suspicacia sino las primeras aventuras de su corazén avido y prdédigo? Sin
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226 HISPANIA duda, como él lo asevera, no fue “ni un seductor Mafiara ni un Bradomin”; pero, aun descuidado en el vestir, rasgo que repetida- mente sefiala como suyo, amé “cuanto ellas pueden tener de hos- pitalario,” y fue acendrando en sus amores pasajeros, seguramente un poco o un mucho tristes puesto que pasaron, la emocién de su alma, que sobrevivia a lo circunstancial y preparaba en vago enso- fiamiento su obra futura de poeta.
Sus compafieros de entonces lo evocan siempre “misterioso y silencioso,” como lo llama Rubén Dario. Su hermano Manuel lo muestra hurafio, contestando con laconica brevedad “Por aqui hace gente” al amigo que, en pleno verano, se resistia a cruzar la calle para seguir andando por el lado en que “hacia sol.”
En diciembre de 1898 llegaba por segunda vez a Espafia Rubén Dario. Habia estado antes, en 1892, para la celebracién del cuarto centenario del descubrimiento de América. Lo habian acogido en- tonces oficialmente, sin particulares atenciones, como a uno de los tantos representantes de las republicas americanas, los mas eminentes literatos de la época. Era ya el autor de Azul ..., estudiado por D. Juan Valera en sus Cartas americanas ; pero aun no se le conocia en aquel medio. Iba ahora con la gloria escandalosa de Prosas profanas (1896). Espafia se hallaba sumida en la postracién de su derrota, después de la guerra con los Estados Unidos. Sus grandes escritores de mediados y fines del siglo XIX que aun vivian,— Ramon de Cam- poamor, Juan Valera, José Maria Pereda, Benito Pérez Galdos, Gaspar Nijfiez de Arce,—habian dado ya toda su produccién y los mas estaban gastados. De los nuevos, sdlo Jacinto Benavente y Ramon del Valle Inclan habian publicado cosa de importancia, — Teatro fantastico (1892), Femeninas (1894), Gente conocida (1896), Epitalamio (1897), La comida de las fieras (1898). En ese momento Rubén Dario fue providencial; su obra, incomprendida, ridiculizada por la gente de vieja escuela, conquist6é con su refinamiento, con su riqueza, con su arte, el espiritu de la juventud ansiosa de vida y falta, sin embargo, de orientacién y estimulo. En Prosas profanas admiré ella una poesia que, sola, sin mas interés que su belleza rara, se bas- taba a si misma. Esta fue para los malos discipulos una incitacién al desarreglo ; para los buenos, como Antonio y Manuel Machado, como Juan Ramén Jiménez, un ejemplo de liberacién y de trabajo original.
Se dice que Antonio Machado tuvo el cargo de vicecénsul de Guatemala en Paris el afio 1900. En Paris residié entre 1905 y 1907, y volvié a él, pensionado por el gobierno espafiol para hacer estudios
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de filologia, en 1910. Pudo asi, desde su primer viaje, conocer de cerca, directamente, el foco de la renovacién literaria que la poesia de Rubén Dario habia iniciado en América y Espafia con sus libres transcripciones modernistas. El Parnaso, rigido y solemne, habia cedido ya, de tiempo atras, bajo la confusién de los decadentes y los simbolistas, y desde 1901 se operaba una reaccién de serenamiento y claridad, contra los desafueros de los innovadores. Frente a Rubén Dario, parnasiano y decadente ambiguo, habia de revelarse Antonio Machado como simbolista puro, extraordinariamente personal.
Entre 1899 y 1902 escribe Antonio Machado las composiciones que publica, a principios de 1903, con el titulo de Géngora, Soledades, en pequefio volumen de modesto aspecto. Gdngora, por su extremada singularidad y tal vez por la misma general repulsion de que era objeto, habia atraido la atencién de los nuevos escritores rebelados contra la poesia corriente. La revista juvenil Helios provocaba con su primer numero, en abril de 1903, un concurso de opiniones sobre el autor de Polifemo, y en el tercero, Antonio de Zayas asociaba de paso, a las antiguas Soledades, las recientes de Antonio Machado.
Sorprende el titulo de Géngora en los versos de Antonio Ma- chado. Poco o nada tiene aparentemente del uno el otro poeta. Ape- nas si pueden atribuirse en las nuevas Soledades a una vaga influencia de Gongora, no muy caracterizada, algunas raras trasposiciones ver- bales violentas' y el capricho de ciertas imagenes clasicas.? Los dos poetas son, sin embargo, dificiles, y los dos trabajan exquisitamente su obra. El titulo de Géngora en el libro de Antonio Machado no puede ser mas que un emblema de actitud poética insdlita, de poesia culta, refinada, singularisima.
2No citaba Rubén Dario al conspicuo poeta cordobés como arti- fice supremo, en las palabras liminares de Prosas profanas? El mismo Verlaine, en los origenes obscuros de sus tendencias reformistas, con esa ingenua inconsciencia de quien no siempre sabe lo que hace, habia elegido un verso de Gongora para epigrafe de un poema saturniano. Géngora, vilipendiado e incomprendido, era un estandarte resplande- ciente de guerra contra la oficial literatura imperante en la irrupcién
1 Sofiada en piedra contorsién cefiuda (“La fuente”); No tu sandalia el sofioliento Ilano Pisara ... (“Quiz4s la tarde lenta todavia”); Suave de rosas aromado aliento (“Mai pi”).
2... su lanza térrido blande el viejo Verano (“Horizonte”).
Aljaba negra: los ojos. Oro de aljaba: la flecha del amor (“Arde en tus ojos un misterio, virgen y Campo”).
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del modernismo dentro de Espafia. Bastaba que no fuera del gusto consagrado para que los innovadores, sin estudiarlo ni conocerlo mayormente, lo adoptasen y ensalzaran. Era una arma de ataque, fulminante y ruidosa, que trastornaba las inteligencias: las circun- stancias lo imponian. Esto, con todo, es lo de menos en el caso de Antonio Machado.
Ni éste fue nunca un prosélito fervoroso a quien ciegamente arrastrase el entusiasmo sectario ; ni tomo para si el titulo de Gongora sin mas razon que el prurito de singularizarse con esa afiliacion pro- vocativa. Tan bien esta el nombre de Soledades en la obra de Antonio Machado como en la de Géngora. Gdngora, que es extravagante, pintoresco, espléndido, convierte las soledades agrestes y costefias en tema de contraste para el lucimiento culterano; Antonio Machado, que es reconcentrado y meditativo, canta su intimidad solitaria, sus desolaciones y monotonias interiores, los humorismos de su pensa- miento. Una seccién del libro se llama “Del camino”; tanto daria que se llamase “Del corazén,” porque esta hecha con la reflexién nostalgica, sentimental, de lo que el poeta anhela y no ha encontrado mas que en sombras o imagenes y en suefios. El nombre Soledades tiene para los versos de Antonio Machado la misma acepcion espiri- tual que Solitudes en la poesia de Sully-Prudhomme.
j Soledades! 3;No hay en esta palabra esa misma dulce melan- colia de ausencia que llaman “saudade” los portugueses? La “sau- dade” es tristeza de amor por el bien que se ha perdido; la soledad puede serlo también por el que no se alcanzé nunca, y es éste el sen- tido impreciso, la significacion vaga, del titulo que did Antonio Ma- chado a sus poesias. Todo es melancolia en ellas, una melancolia que él suele calificar de amarga, pero que en el lector produce casi siem- pre una impresién suave, leve, aérea, porque se da sin objeto, sin causa externa, como una emanaci6én natural del espiritu entregado al ensuefio. El sentimiento de esta poesia triste, mas que dolor, es languidez exquisita, deliquio del ser en la ilusién voluntaria, ante la realidad hostil o indiferente. Siente el poeta con emocidén delica- disima su propio aislamiento intimo, y una impresionabilidad extrema, sin correspondencia ni armonia posible con las cosas del mundo y de la vida, se resuelve en adoloramiento y en pena, y es ella misma, sola y pura, la esencia de la poesia de Antonio Machado, que en eso tiene mucho de efecto musical. Como la emocién que la misica sus- cita, ella arranca del sentimiento desnudo, sin drama ni herida; es como una repercusién o resurreccién del sentimiento que antes nacié
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de la vida y que después renace o persiste independiente de las ocu- rrencias que lo originaron.
Toda es melancolia, y toda es irrealidad, vision quimérica, suefio de imagenes sin consistencia, la poesia en Soledades. El mismo poeta dira después que
De toda la memoria slo vale El don preclaro de evocar los suefios. —‘“Y podras conocerte recordando”
Los suefios estan hechos siempre con las figuras de las cosas reales ; pero en las figuras de los suefios pierde la realidad su resis- tencia a la accién del espiritu. En la poesia de Antonio Machado todo lo que es imagen o figura de lo real se transforma en signo o expre- sién de su alma.
Abundaban los paisajes en la primera edicién de Soledades ; en la segunda son eliminados algunos y corregidos otros, mientras todas las demas composiciones, — menos una, — con ligeras y escasas mo- dificaciones, — una o dos apenas, — permanecen definitivamente en el libro. Los paisajes fueron seguramente los primeros ensayos del autor; por eso, como en trabajos de prueba, repite con desarrollos diversos el mismo asunto (“La tarde en el jardin, La fuente, Tarde”), —o lo rehace en oposicién (“El mar triste, La mar alegre”), y por eso también, cuando ha logrado el tipo de poesia que mas conviene a su originalidad, — las breves notaciones liricas Del camino, — acaba por desechar aquellas tentativas abortadas y cultiva y desenvuelve ese otro procedimiento mas personal, mas suyo.
No hay como un resabio de la Sinfonia en gris mayor de Rubén Dario en la acentuacién violenta, con reverberaciones metalicas en el colorido, de El mar triste y La mar alegre?
Palpita un mar de acero de olas grises ... Sobre el mar de acero Hay un cielo de plomo ... El rojo bergantin es un fantasma Que el viento agita y mece el mar rizado, El fosco mar rizado de olas grises. —“El mar triste”
El mar hierve y rie Con olas azules y espumas de leche y de plata ... La gaviota palpita en el aire dormido ...
—“La mar alegre”
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La posicién de Antonio Machado respecto de Rubén Dario puede apreciarse con toda exactitud en los primeros versos de su obra. Son dodecasilabos de hemistiquios, como los versos de “Era un aire suave,” los primeros también de Prosas profanas: Parece como que Antonio Machado se hubiera complacido en tratar su tema predilecto repetido tantas veces, — el mismo de “La fuente,” de “Never more” y de “La tarde en el jardin,” — en ese metro, y en abrir de este modo su libro, para que resaltara mejor, en el ritmo del maestro, su propia originalidad personal y su independencia. Nada mas opuesto, en efecto, que “Era un aire suave” y “Tarde”: “Era un aire suave” es una descripcién pictdrica, brillante, sensual, de la belleza mundana, elegante, decorativa; esta hecho de lujo y artificio; su nota saliente es la risa de la coqueteria graciosa y de la seduccion perversa; es la poesia de la carne sabiamente ataviada para el pecado. En contra- posicién a todo esto, esboza Antonio Machado un cuadro somero de paisaje solitario y apacible. La composicién entera del cuadro cabe en los cuatro versos de una estrofa:
Fue una clara tarde, triste y sofiolienta, Del lento verano. La hiedra asomaba Al muro del parque, negra y polvorienta ... Lejana, una fuente riente sonaba.
Poco agregara del mundo fisico a esta visién sencilla el autor: sdlo dos impresiones genuinamente suyas: la sombra de los mirtos sobre el cantar de la fuente y, en el espejo del agua, la imagen de las frutas bermejas y doradas que penden sobre ella.
La voz del agua llama al poeta a la distancia, con la atraccién de un misterio presentido en su monotonia cantora; entra él al parque solitario ; tras él la puerta
Golpeé el silencio de la tarde muerta.
Algo parece que dijera la fuente: ;no habla en ella un recuerdo im- preciso, olvidado, que empieza a despertarse, que se remueve emba- razado, obscuro, sin llegar a definirse? Sabe el poeta que
Fue una tarde lenta del lento verano,
y siente que el mismo rumor que el agua tiene ahora suena dentro de él, en remoto olvido:
Yo sé que es lejana la amargura mia Que suefia en la tarde de verano vieja;
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pero no logra evocar en su memoria el recuerdo perdido, que sin embargo, palpita en aprension vaga ante la fuente:
Fue una clara tarde del lento verano ... Tu venias solo con tu pena, hermano; Tus labios besaron mi linfa serena
Y en la clara tarde dijeron tu pena. Dijeron tu pena tus labios que ardian: La sed que ahora tienen, entonces tenian.
Y el poeta abandona el parque, y otra vez, tras él, la puerta
Soné en el silencio de la tarde muerta.
El paisaje, en estos versos, por efecto de la técnica, se ha tras- mutado en apariencia espectral, quimérica, ilusa. ;Qué es el parque cerrado? qué es la fuente de monotonia? ; qué los cantares del agua a la sombra de los mirtos, y las frutas doradas en el espejo de la fuente? Todo se ha hecho ideal, aéreo, impreciso, en el magico en- canto de la evocacién espiritual. Es la emocién del poeta, una emo- cién de melancolia sin causa presente, lo que informa y rige ese espectaculo ilusorio. Ella hace lento al verano, y vieja y muerta a la tarde; ella es quien golpea el silencio. Un arte sutil insinta en las cosas materiales cierta significacién de simbolo. La sola repeticién de las calificaciones y de las frases basta para que imperceptiblemente se produzca una sugestién de transcendencia. No puede el lector re- ferir la escena que se le presenta a la realidad: todo en ella es leve, ligero, inconsistente, como figuracién de ensuefio. Es la creacion fantastica de una melancolia rara y compleja. No sabe el poeta a qué atribuirla y se interroga vanamente sobre su origen: no proviene de ningtin suceso particular; esta en él sin embargo; ajena a toda ocu- rrencia, es como el agua de la fuente, que mana con un cantar pe- renne, monotono, falta de sentido. Es la melancolia de un corazén que vive en suefios, extrafio al mundo que lo rodea, como en el vacio. Por eso el agua es para el poeta un simbolo de su propio sentimiento, y contempla en ella, como en un espejo, la imagen de las frutas en vez de buscar éstas en el arbol que las sustenta y ofrece.
Toda la poesia de Antonio Machado esta llena de estas impre- siones del agua quieta o fluyente, silenciosa o murmuradora, y de las imagenes de las cosas reflejadas sea en espejos reales o en la misma agua. Es que para él, en Soledades, no hay mas verdad, mas vida, mas posibilidad que la voluntaria ilusién, sin engafio, del mundo que
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lleva dentro de si. Esta condenado a vagar preso en el laberinto del suefio (“Cenit”), desdefioso de la sombra del sendero y del ague del mesén (“Quizas la tarde lenta todavia”), indiferente a las flores que halla a su paso (“Me dijo un alba de la primavera”), errante “en los caminos sin camino” o perdido en el desierto sin rumbo.
El mismo poeta ha definido exactamente su actitud en la ultima composicién de la parte mas original de su libro, la titulada “Del camino.” Cuesta y duele poner en mala prosa la delicadisima esencia de esa poesia hecha de cosas impalpables que se resisten a la rudeza de la expresi6n vulgar. El poeta se ve en un “retablo de suefios,”
Siempre desierto y desolado y solo, como una .. pobre sombra triste Sobre la estepa o bajo el sol de fuego, O sofiando amarguras En las voces de todos los misterios ;
y llega a dudar si son verdadera, sinceramente suyas las lagrimas que vierte. Es él realmente “ese fantasma de su suefio”? zes la suya la voz que suena en sus versos, 0 es tan sdlo una voz de “histri6n gro- tesco”? Suyos, intimamente suyos, son los suefios cristalinos que él
cuaja en honda gruta; pero el dolor y el llanto que nacen de ellos gson acaso verdaderos ?
; Oh, yo no sé — dijo la Noche, — amado, Yo no sé tu secreto,
Aunque he escuchado, atenta, el salmo oculto Que hay en tu coraz6n, de ritmo lento,
Y aunque he visto vagar ese, que dices, Desolado fantasma, por tu suefio.
Yo me asomo a las almas cuando Iloran, Y escucho su hondo rezo,
Humilde y solitario,
Ese que llamas salmo verdadero;
Pero, en las hondas bévedas del alma,
No sé si el Ilano es una voz o un eco. Para escuchar tu queja, de tus labios,
Yo te busqué en tu suefio,
Y alli te vi vagando en un borroso Laberinto de espejos.
Esta incertidumbre sobre la calidad, sobre la sinceridad, del pro- pio sentimiento se repite en varias paginas del libro, como si fuera
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constante en el autor ; asi, en “El poeta,” de la segunda edicién, donde resume y concentra su pensamiento acerca de la situacién de aquél, — la suya, por lo tanto, — en la vida, escribe que él acaba por sentirse
Un corazén que bosteza Y un histrién que declama.
Ante semejantes palabras hay que precaverse juiciosamente con- tra el engafio facil de una ligera interpretacién falsa. Entender que Antonio Machado se confiesa llanamente insincero supondria negarse a toda noble inteligencia con torpe ceguedad. No dice él que no siente su poesia, sino que, sintiéndola y dandose todo a ella, que es una pura creaciOn ideal, se pone fuera del orden comun y vive en facticia y consciente ilusion. Su corazén bosteza a la grosera insuficiencia de la realidad ordinaria para satisfacerlo, y refugiado en el suefio, no puede menos que sufrir por momentos una amarga aridez interior cuando advierte que vive espiritualmente en las emociones que él mismo se procura con la poesia imaginaria de lo que no existe.
Y no es verdad, dolor, yo te conozco: Tu eres nostalgia de la vida buena, Y soledad de corazén sombrio ... *
Nostalgia, soledad. ;No son estos dos sentimientos la doble fuente de toda la poesia sentimental? En la soledad se le hace sen- sible al poeta lo que le falta; en la nostalgia él vuelve con amor y tristeza a las cosas disipadas que fueron su dicha. Lo no encontrado 0 lo perdido, lo que no es o lo que, se existe, no sera nunca suyo, no tiene otros motivos la poesia de Antonio Machado. Puede también decirse que de ellos dimand siempre toda melancolia poética. En Antonio Machado esta ausencia de objeto en la excitacién emotiva adquiere un sello de modernidad que la distingue y originaliza. El no resuelve el sentimiento en grandes ideas; no razona, con el clasico gusto del lugar comin, sobre la suerte humana y su instabilidad en la fortuna propicia, ni sobre otro cualquiera de los temas acostum- brados en la antigua poesia. Tampoco trasporta su impresién sensi- tiva a un tragico apasionamiento romantico. Ni amplias y altas ideas generales, ni pasién desencadenada; se encierra en la pura fruicion estética, en una fruicién tranquila, cerebral, rica de sensibilidad y reflexion. El se complace, con la delectacién sutil de un espiritu lucido y agudo, en sentirse sentir y en pensar lo que siente. Con celo
8 De la segunda edicién.
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cuidadoso elige y compone sus impresiones: depura y arregla segun su temperamento las que la naturaleza y la ocasiOn le ofrecen, y busca y provoca las que sdlo puede él mismo darse.
Nunca abandona su espiritu a una realidad exterior; nunca se entrega a la vida. Replegado sobre su corazén, puede lamentar y lamenta constantemente su aislamiento; pero no por eso lo rompe. Su actitud acostumbrada es la de quien contempla en si mismo un recuerdo o un ensuefio. Cuando mira hacia fuera, parece que su vision desmaterializa la forma de las cosas. Frecuentemente, con el deliberado propdésito de presentarlas despojadas de su corporeidad, como si quisiera conservar de ellas el solo aspecto o la figura sin consistencia, las exhibe reflejadas en el agua o en el cristal de un espejo, vistas a través de los vidrios o visillos de las ventanas o dis- tantes y encuadradas en el marco de puertas y balcones:
Tras la cortina de mi alcoba, espera La clara tarde bajo el cielo puro ... —‘Never more” La tarde, tras los himedos cristales, Se pinta, y en el fondo del espejo...* —“El viajero” Ella abre la ventana, y todo el campo En luz y aroma entra ... —‘“Es una forma juvenil que un dia” Tras la tenue cortina de la alcoba Esta el jardin envuelto en luz dorada ... —“Los suefios’”*
En la naturaleza gusta de la quietud, de la sombra, del silencio, que le dan misterioso encanto espiritual :
Bajo la paz, en sombra, del tibio huerto en flor ... —“Preludio”* Parques en flor y en sombra y en silencio ... —‘Sobre la tierra amarga’’*
El viento que pasa y lleva perfumes o mueve los Arboles con alas invisibles lo embarga y suspende como en pasmo atdénito:
Llamé a mi coraz6n, un claro dia, Con un perfume de jazmin, el viento ... ; El viento de la tarde Sobre la tierra en sombra! ... —“Los arboles conservan”*
ue
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j El viento de la tarde en la arboleda! ... —“‘Humedo esta bajo el laurel, el banco’”’*
El agua — ya lo hemos indicado — tiene para él un hechizo particu- larisimo. En la pila, en la fuente, en el rio, en el mar; por su claridad y trasparencia, por su forma indefinida, vaga; por su virtud especu- lar, por su quietud de recogimiento, por su incesante fluir, por su murmullo de oracién, por su reposado silencio, es la imagen viva de su espiritu ensimismado. No hay que buscar ejemplos de estas im- presiones: el libro entero esta Ileno de ellas en todas de sus paginas. Antonio Machado, en Soledades, no es un paisajista, aunque repe- tidamente recuerde los lugares, las estaciones — sobre todo la prima- vera y el verano, —y el alba y el creptsculo; sdlo toma del paisaje, con sabio tino, los elementos capaces de exaltacién lirica; asi dice:
Lejos de tu jardin quema la tarde Inciensos de oro en purpurinas llamas Tras un bosque de cobre y de cenizas ...
Quizas la tarde lenta todavia Dara inciensos de oro a tu plegaria ...
Sonrie al sol de oro De la tierra de un suefio no encontrada ...
—“El viajero”
Indiferente a la realidad inmediata, sdlo puede ilusionarse con lo que no esta a su alcance: sus quimeras “hacen camino ... lejos” (“So- bre la tierra amarga”); “lejos, la sombra del amor lo aguarda” (“Campo”), y él quisiera
Tener algunas alegrias ... lejos,
Y poder dulcemente recordarlas. —“Tarde tranquila, casi”
Agua, espejos, voces, perfumes, sombras, ilusiones lejanas; asi esta hecha la poesia de Antonio Machado en Soledades, con lo mas ligero, con lo mas tenue y vago. En ella todo es inaprensible, etéreo, como los fantasmas de los suefios. Ella no es verdaderamente mas que el suefio de una sombra. El poeta sdélo quiere y persigue en la vida una embriaguez voluntaria de sonacién sentimental :
.. Nosotros exprimimos La penumbra de un suefio en nuestro vaso ... —“Crear fiestas de amores”
# De la segunda edicién.
ores
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Por eso dice a la mujer amada:
De tu mirar de sombra Quiero llenar mi vaso ... —‘Inventario galante”
Por eso, cuando llora su juventud, que pasé como “una quimera,” no recuerda haberla vivido, sino haberla sofiado:
j Juventud nunca vivida, Quien te volviera a sofiar ! —‘La primavera besaba”
Ese alejamiento de si en que Antonio Machado abandona el cuerpo de las cosas, para aislarse mejor en la emocidn pura, con la sola imagen de ellas, obra de igual modo en su amor, con la mujer querida, que no es nunca en sus versos mas que una sombra o fan- tasma de belleza y de misterio. Vano seria el intento de entrever siquiera en sus poesias, con alguna claridad, la fisonomia de la amada que las inspira. Enteramente simbolica es la vision “pasajera,” “fugi- tiva,” que él persigue, de la virgen que tiene en la boca “la alegria de los campos en flor” y que se pierde en el viejo bosque a la carrera de sus piernas “silvestres,” de “agiles musculos rosados” (“La vida hoy tiene ritmo”). Menos viva, mas del alma, toda ilusoria, como formada en las nieblas de un recuerdo que de pronto se precisa, es la sombra que se le “aparece en la bendita soledad,” cuando siente que desde el fondo quieto de su vida apagada le refluye una onda al corazon y con ella le vuelve al labio “la palabra quebrada y temblo- rosa” (“En la desnuda tierra del camino”).
Dejemos ya de lado esas criaturas quiméricas del ensuefio y bus- quemos las que son o parecen de carne y hueso en el mundo personal de este poeta. ;Es real o imaginaria esa que él invoca en el portico del templo? Sin duda es real para los otros, puesto que los mendigos harapientos del atrio han podido verla entre ellos; sin embargo para el poeta no es mas que “una ilusién velada” que pasa en la serenidad luminosa de la mafiana fria, con la mano, que semeja una rosa blanca, sobre la negra tunica (“j; Oh figuras del atrio, mas humildes!’’). Evi- dentemente su existencia no es mas definida que la nube remota o el perfume que se disipa en el aire. He aqui ahora una mujer verda- dera. Siempre la sorprende el poeta en ademan de esconderse o ale- jarse, mal recatado en el manto negro “el desdefioso gesto de su rostro palido.” Nada sabe de ella; pero piensa que sus parpados
no
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cierran suefios impenetrables, y lo fascina con tragica angustia el misterio de su actitud recelosa y esquiva. Un deseo apenado, triste, de romper esa clausura dolorosa lo conmueve hondamente, y su ter- nura desbordante se condensa y derrama en efusién de piedad inutil :
Besar quisiera la amarga, Amarga flor de tus labios. —*“Siempre fugitivo y siempre”
Y esto es todo: la mujer se habra perdido en el secreto inviolable de su vida aparte, y de ella quedara en el poeta sdlo el vacio que ella no acerté a llenar. “Esquiva” la llama él en sus versos. “Esquiva” llama también, con el mismo sentimiento de imposible correspondencia in- tima, a la virgen que, unida a él, lo acompafia inseparablemente. La siente distante a su lado, aunque es parte de su propia vida; porque esta, a pesar de todo, fuera de su corazon y es otro ser con otra alma. Juntos los dos, como si una barrera insalvable los apartara, ella sera siempre el enigma celado a la ansiedad exigente de abierta comunién que alienta en su pecho. 3 Por qué, si estas en mi, no estas conmigo? preguntaba a su amada otro poeta. El autor de Soledades invertiria los términos de esa queja para lamentar que, hasta en el acompafia- miento mas constante y seguro, sea imposible siempre la fusidn com- pleta. Ni aun sabe si es amor 0 es odio el fuego que mira en los ojos amados, y duda si es la mujer quien enciende y alimenta su amor o tan solo quien ha de aplacarlo y consumirlo:
iEres la sed o el agua en mi camino? —“Arde en tus ojos un misterio, virgen”
é Qué puede ese amor del poeta por la mujer que pasa envuelta en el doble misterio de su expresién hurafia y de su existencia ignorada y errabunda, o ese otro de la mujer que lo acompafia y es igualmente impenetrable? No es el grande amor de la pasién que ciega y arre- bata; no es tampoco el carifio sereno y dulce de la unién sosegada y estable. Amor de lo desconocido e inasequible, amor de la ilusidén, del ensuefio; soledad fatal del corazén angustiado y triste que se consume en exaltacién estéril, como el agua de la fuente, que se levanta al aire, al cielo, a las estrellas, para caer sobre si misma. Muchos afios después, recordando a su esposa muerta, con el tragico sentimiento de su viudez solitaria y nostalgica, habra de exclamar Antonio Machado:
; Oh soledad, mi sola compajfiia ! —“Los suefios dialogados,” Nuevas Canciones
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y mas tarde atin, siempre igual en el mismo pensamiento sobre la incomunicabilidad intima de las almas, repetido esta vez con densa amargura filoséfica apenas disimulada en la ironia de la expresion abstrusa, dira que el amor no es mas que ansiedad, vacio, ausencia:
... compafiia Tuvo el hombre en la ausencia de la amada. —“Al gran Cero,” Cancionero Apécrifo
El poeta piensa el amor y la amada, y los disuelve en imagina- ciones y melancolias. Esa constante disposicién de su animo, que es desasimiento de la realidad y vagueacién soledosa del amor y la mujer, da a su poesia una condicion peculiar de cosa imprecisa, in- aprensible, vaga, aérea.
Como las canciones en los “labios nifios,” segtiin sus propios versos, la poesia de Antonio Machado tiene clara la pena de una historia confusa, por
.. algo que pasa Y que nunca llega.
Es poesia sin “historia,” sin fabula, canto sin cuento. Cuando por excepcionalisimo caso refiere algun acaecimiento, lo hace con las mas ligeras indicaciones y en los términos caprichosos de una invencién puramente imaginaria ; asi, en “Abril florecia” y en “Fantasia de una noche de Abril.” Comitinmente evoca imagenes dispersas e inconexas de cosas remotas o inasequibles y con ellas despierta una blandura interior melancdlica o nostalgica. Ella es siempre la efusién de un sentimiento delicado que se acompafia con visiones de ensuefio. Nada le es mas extrafio que el razonamiento y la imitacion de la realidad, cualquiera que ésta sea. Nunca expone, a lo menos directamente, ideas, ni desenvuelve cuadros o escenas. Enuncia apenas su tema; procede por sugestiones rapidas y breves ; mas que a las impresiones que da, confia su efecto a los prolongamientos, a las resonancias, a las repercusiones de ellas en el espiritu. Tras las apariencias leves de sus mirajes fantasticos se extiende y ahonda el sentido en sutiles emociones y pensamientos difusos.
Para esto le ha sido necesario a Antonio Machado crearse un estilo dificil de personalisima originalidad. Nadie entre los poetas espafioles de su tiempo se parece a otros menos que él en su manera de escribir. Buscarle maestros o antecesores en la forma que ha hecho suya seria empefio inutil. No es eco, es voz, y con Ilana
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Antonio MacHapo y sus “SOLEDADES” 239 sencillez, sin desplantes Ilamativos, lo ha insinuado varias veces. En su “Retrato” dice:
A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente entre las voces una.
2 No alude asi a la fuente clara de las palabras virginales que dan a su poesia un tono propio inconfundible?
El secreto de su poesia consiste en trasponer a las imagenes de belleza recogidas en el mundo o inventadas una significacién de cosa espiritual indefinida que mece y aduerme el alma en el sentimiento de una soledad inquebrantable. Su poesia da siempre una impresioén de separacién, de alejamiento, de aspiraciOn inasequible o pérdida irreparable. El objeto de su ansiedad existe sdlo en el suefio para su corazon, o pasa distante, apenas entrevisto nebulosamente, vedado a todo acercamiento. Todas sus composiciones plafien con tristeza dulce esta ausencia amorosa. La tarde que desmaya, el creptisculo encen- dido en ascuas de incienso, el alba timida y suave, el camino solitario, el agua que susurra o canta, que brota y corre o se esta inmovil en reposo de reflexion, la flor humilde que sonrie entre las hierbas con sus colores vivos, todo remueve en el poeta una emocién que efunde con deseos sin esperanza o con impresiones de recuerdos y se pierde, vaga y melancdlica, en el silencio de su ternura incomunicable.
La expresién del poeta es clara, nitida, ligera, para las apariencias de gracia delicada que solicitan su atencién ; ella consiente a lo mas, en muy contadas ocasiones, algun hipérbaton desusado y aquel modo antiguo que impuso y divulgé la escuela clasica, de referirse a las cosas con rodeos y perifrasis de compuesta elegancia. Parece que el poeta, segin su propio consejo, quisiese matar sus palabras para escuchar mejor su “alma vieja.” Sin duda pueblan sus versos inciertas formas femeninas y en ellos cantan la primavera y Abril, la naturaleza y la fuente; pero todo se disipa de pronto y queda sola, vibrante en el ritmo apagado y lento de las palabras desvanecidas, la quejumbre del corazon lastimado.
Las composiciones de Antonio Machado en Soledades son todas breves, como lo exigia para la mas pura exaltacién lirica el agudo tino de Edgar Allan Poe. Dos o tres estrofas libres de cuatro o cinco versos le bastan generalmente.
Su métrica es apenas algo mas complicada que la de Gustavo Adolfo Bécquer. Gusta como él de la combinacién facil del endecasi- labo y el pentasilabo asonantados. Usa también los versos de ocho,
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siete y seis silabas. Para algunas de sus mejores poesias emplea el dodecasilabo de hemistiquios.
No es un versificador revolucionario. Sdlo pueden sefialarse unas pocas innovaciones suyas. Fue el primero en mezclar algunos raros versos de trece silabas a los de once. Probablemente bajo la inspira- cién de su maestro D. Eduardo Benot, ha versificado con pies trisila- bicos y combinado los de acentuacién en segunda y en tercera (“Fan- tasia de una noche de Abril,” “El sol es un globo de fuego,” “La mar alegre”). Ha terminado estrofas regulares, de versos Ilanos rimados, con un verso agudo sin rima (“Fantasia de una noche de Abril’’), y con el mismo procedimiento, pero en estrofas irregulares, ha cerrado los periodos ritmicos, con un verso agudo (“La mar alegre’). Por capricho o tal vez por mera casualidad, ha compuesto versos de ritmo doble 0 equivoco:
Detén el paso, belleza Esquiva, detén el paso. Besar quisiera la amarga, Amarga flor de tus labios.
Detén el paso,
Belleza esquiva, Detén el paso. Besar quisiera
La amarga, amarga, Flor de tus labios
En lo mas original y caracteristico de su obra, prefiere, a la rima cambiante de la consonancia perfecta, la musica apagada, muelle, uniforme de la asonancia sostenida en repeticion continua.
En 1907, a los cinco afios de publicadas por primera vez Sole- dades, aparecié una edicién nueva con el titulo Soledades, galerias y otros poemas. En sus Pdginas escogidas expone el poeta que nada es substancialmente distinto a sus composiciones anteriores en las que entonces agregé a su libro. Es mucho tiempo cinco afios para la mentalidad inquieta de un espiritu fino entre sus veinte y siete y sus treinta y dos afios. Sin duda el poeta es el mismo, pero algo ha cambiado puesto que desecha de su obra algunas de sus poesias que antes habia admitido en ella. ;Sera que, persistiendo en la misma actitud, con la misma concepcioén de la poesia, sdlo es ahora mas exigente en su gusto y por eso rechaza en sus versos lo que juzga mal realizado? Algo mas hay, sin embargo. Siempre, como él lo dice
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El alma del poeta Se orienta hacia el misterio;
pero ya no es toda suefios su poesia. “A orillas del Duero” tiene y da la impresién viva, directa, clara de la renovacion primaveral en tierras de Soria. Se advierte un contacto sostenido, preciso con la naturaleza en muchos versos nuevos, y se hace ahora nitida, exacta la vision de las cosas reales (“;Oh tarde luminosa!”). Al cuadro de evocacion sugestiva y transcendente, que Antonio Machado practicaba antes (“Las ascuas del creptisculo morado”’), sucede la descripcién simple, objetiva, que fija y mantiene la atencion sobre lo visto en vez de per- derla y disiparla en el sentido secreto del simbolo vago (“A la desierta plaza”). El poeta es ya un ser que anda en la tierra, por las calles, entre los hombres: Mal vestido y triste Voy caminando por la calle vieja.
Algunos temas circunstanciales, enteramente extrafios a su primera poesia, se imponen a su espiritu y lo retienen, contra su anterior extre- mada inclinacién idealista, en lo contingente de la ocasién: “El via- jero,” “En el entierro de un amigo,” “A un naranjo y a un limonero vistos en una tienda de plantas y flores.” Unos cuantos rasgos que eran simples notas sueltas en las Soledades primitivas, como el gara- bato de la cigiiefia sobre el molino, o la fruta del naranjo encendida entre el follaje oscuro y el oro palido de los limones, se transforman, por efecto de una técnica nueva, en signos tipicos invariables, que el poeta empleara siempre, después, para distinguir y caracterizar con detalles esencializados la estacion y el paisaje.
La misma sensibilidad se modifica en el poeta de las segundas Soledades. Ya su poesia no es tinicamente una exaltacién que busca su objeto sin encontrarlo y se adolora en sofiaciones quiméricas. Se vuelve el poeta con enternecimiento a las remotas reminiscencias de su infancia sevillana; revive las mas sencillas impresiones de su pasado ; resucita las imagenes claras de la casa, del patio, del huerto en que fue nifio, y recuerda con sincera naturalidad a su madre (“La plaza y los naranjos encendidos,” “El limonero languido suspende’”’). Empieza a vivir la humilde realidad que el mundo le ofrece y que antes apartaba de si con el pensamiento sutil de su descontento y de sus exigencias intimas. No es, por eso, menos delicado y exquisito. ¢Qué hay en sus versos anteriores mds suave y fino que el nuevo cantar a los ojos de la amada, puro
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Como en el marmol blanco el agua limpia,
segtin su propia expresién? (“Si yo fuera un poeta”). ;Qué hay en su poesia mas curiosos que el esfuerzo inutil por vencer el olvido y reavivar en él la imagen del pelo rubio que antes quiso con amor, y que, después, “un dia como tantos” brotara en su memoria al acaso, como una llama de luz, cuando reciba de una rosa el mismo olor que ellos tuvieron? (“Elegia de un madrigal”). Recuerde el lector la célebre madalena embebida en te, de Marcel Proust: lo que sera observacién pasmosa para la critica en el escudrifiador francés de las complicaciones interiores, tiene en la obra de Antonio Machado un antecedente poético, y esta coincidencia, con ser nada mas que un detalle casual, dice mucho sobre la agudeza penetrante del poeta espafiol. La reflexidn concentrada y honda, que no se desenvuelve en trabazones laboriosas ni se muestra con aparato légico, y sdlo se des- cubre, inesperada, en la revelacién rapida, repentina, del pensamiento que precisa y define a media palabra una actitud o una emocién y su transcendencia, es parte esencial y caracteristica de este escritor que se dice
Poeta ayer, hoy triste y pobre Filésofo trasnochado.
Antonio Machado en las segundas Soledades se acerca a la ma- durez plena. Va, camino de los Campos de Castilla, a las realidades exteriores de que hara la poesia de la tierra y la raza castellanas, y al mismo tiempo afina su espiritu a la intuicién lucida que pondra mas tarde en los claros y dificiles versos de las Nuevas Canciones y del Cancionero Apécrifo.
“LAUXAR” MONTEVIDEO
JUAN LORENZO PALMIRENO, SPANISH HUMANIST
HIS CORRELATION OF COURSES IN A SIXTEENTH- CENTURY UNIVERSITY
“Don Juan Lorenzo Palmireno, distinguished philologist and literato of Aragon, was born in Alcafiiz in the year 1514, and died in Valencia in 1579. He devoted his whole life to the study and teaching of the humanities, and to the publication of the many literary works which ranked him with the leading scholars of his day.”
So begins a tribute paid to this honored native son of the sixteenth century by the first book published, less than a century ago, in Alcafiiz.1 This inconsiderable old town of a few thousand inhabitants has a history touched by the high lights and the deeper shadows of twenty Spanish centuries. Its present name is of course of Arabic bestowal, but the Alcafiizano would have us know that the Moors had given this name to a town of Roman occupation, whether the Er- gavica or the Anatorgis of Livy’s page. It is